Hoy nos fijamos en un curioso fenómeno que afecta a muchas estrellas de Hollywood.

Estos famosos personajes, que en su tierra son mitos intocables, celebridades inalcanzables, son extrañamente capaces de participar en simples anuncios de televisión en Japón para vender productos con los que en su país ni siquiera se dejarían fotografiar accidentalmente.
El último y más viral caso es el de Bruce Willis con su anuncio de Doraemon para SoftBank.

Hablamos de figuras punteras del cine americano que por norma no se rebajarían a grabar un simple anuncio de televisión y ligar su nombre, su imagen, a un producto cualquiera a cambio de dinero. Por algún motivo, estos mismos dioses del ‘star system‘ norteamericano, cuando viajan a oriente parecen perder la vergüenza y el respeto por sí mismos para acabar apareciendo en anuncios de televisión a veces directamente inclasificables.

Son muchas las estrellas de Hollywood que han recurrido a Japón en busca de ingresos comerciales acabando inmortalizadas en ridículos anuncios que perduran mucho más allá de lo que estas figuras mediáticas tardaron en gastar lo cobrado por estos esperpénticos trabajos publicitarios. Desde directores como Woody Allen, Orson Welles , o Quentin Tarantino, hasta jóvenes promesas en su momento del cine como John Travolta, Michael J. Fox, Leonardo DiCaprio o Brooke Shields.

También han caído en esta jugosa tentación actores veteranos y aparentemente serios como Harrison Ford, Tommy Lee Jones o Richard Gere. Pero los casos más espectaculares son sin duda los de Nicolas Cage, Sylvestre Stallone o Arnold Schwarzenegger, que se han llegado a prestar a auténticas barbaridades dejándonos piezas que permanecen en nuestra retina para siempre y que hoy os presentamos.

Si bien no hay nada de malo en que una cara famosa haga anuncios de cualquier producto para ganarse un dinero extra, cuando éstos famosos son conocidos actores del mundo del cine, y el anuncio al que se prestan es de un estilo tan diferente a lo que estamos acostumbrados en occidente, el resultado acostumbra a ser como mínimo curioso sino completamente desternillante.