Cuando uno cree que el terror, género que por más que trata de renacer, no lo dejan, aparecen cintas como ésta que devuelven la esperanza a las pocas cenizas que hacen lo posible por no irse con el viento de la desgracia y del dinero.
¿Qué pasa cuando crees tú mamá ya no es tú mamá? ELÍAS y LUKAS, un par de gemelos que reciben a su mamá luego de una cirugía estética, se preguntan lo mismo. Y es que la actitud, frialdad y distanciamiento que ha tomado ésta con los pequeños, es para pensar dos veces si esa es la misma persona que ha estado a su lado durante sus cortas vidas. Unos vendajes blancos que tapan prácticamente todo su rostro (imposible no acordarse de Darkman (1990) de Sam Raimi), una mirada que sólo inspira rabia y maldad dejando a la vista nada más que una especie de calavera diabólica y un rechazo creciente hacia los pequeños… Eso, es lo único que ha quedado de su madre.
Severin Fiala y Veronika Franz han construido una fascinante película de terror psicológico, un entramado estilístico sutil y refinado que va desvelando de a poco lo siniestro que se puede llegar a ser. No es sólo el ritmo con el que avanza el film, es también la construcción de personajes que a medida que transcurre el tiempo, van mostrando una transformación que desencadenará un cruce de personalidades propia de la psicología Hanekiana.
Retirados en esta casa de campo, propias de una sociedad burguesa, donde los padres tienden a sacrificar la crianza de sus hijos por ocupaciones laborales y de etiqueta, ELÍAS Y LUKAS pasean por los pasillos de la casa, de los alrededores, solos, sin vigilancia alguna, escapando a los extraños cuadros que adornan la casa, a su fría atmosfera. Es ésta última, precisamente, la que envuelve a todo el film en una extraña mezcla de silencios y perversidad.
La figura de la niñez como método para crear terror a lo largo de la historia (El resplandor, Los niños del maíz, Los malditos, La profecía, El exorcista, El aro… etc) ha sido utilizado cientos de veces, la cuestión está en saberlo utilizar y además, poder crear un aura de genuinidad que acrecenté el temor, haga más grande la epifanía. Hace poco, The Babadook (2014), nos interpelaba de frente con nuestros miedos, esos que escondemos y nos cuesta dominar. Goodnight mommy no se esfuerza en ocultarnos absolutamente nada, sabe dejarnos pistas y comprende que ese tono elegante e inquietante al que le apuesta hay que agregarle pequeñas y grotescas torturas que tras las paredes blancas, impolutas, sobrellevan gran parte de la carga dramática del film.
La música y la fotografía trabajan en conjunto para acrecentar la tensión que se vive en el hogar. La paleta de colores fríos que abundan en el hogar, se impone a un follaje cargado de texturas del vasto paisaje que se tiene alrededor, diciéndonos sin eufemismo alguno que algo raro ocurre y no nos hemos dado cuenta. La música, con sus notas en constante crescendo, permite que se consolide la idea de temor a la que estamos asistiendo.
Tal vez lo más bello de ver Goodnight mommy fue ir con la inocencia de un niño, verla sin prejuicios a los que ya estaba acostumbrado con este género, darle la oportunidad de que me arrancara un “¡oh mierda!” y lo ha conseguido. Lo más terrorífico, sin duda alguna, es la infinita imaginación a la que nos someten unos “angelicales” gemelos.
Mario A. Gaspar A. (MAGA)
Tráiler de Goodnight Mommy
Título original: Ich seh, Ich seh (Goodnight Mommy)
Año: 2014
Duración: 99 min.
País: Austria
Director: Severin Fiala, Veronika Franz
Guión: Severin Fiala, Veronika Franz
Fotografía: Martin Gschlacht
Reparto: Susanne Wuest, Elias Schwarz, Lukas Schwarz
Productora: Ulrich Seidl Film Produktion GmbH